LA SUCESIÓN DE LOS REYES CATÓLICOS
Son popularmente célebres las desventuras de doña Juana, la hija de doña Isabel y don Fernando, que ha pasado a la posteridad con el sobrenombre de «la Loca». Pero no todo el mundo está al corriente de que los Reyes Católicos tuvieron siete hijos y que uno de ellos, llamado don Juan, el único varón, murió de tuberculosis con 19 años. Se casó con doña Margarita de Austria, hija del emperador Maximiliano I de Habsburgo, y tuvieron una hija que nació muerta. Si Juan no hubiera fallecido habría sido el sucesor de doña Isabel y don Fernando.
Doña Isabel, la hija mayor de los Reyes Católicos, se casó con Manuel I, rey de Portugal y tuvieron un hijo llamado Miguel. Doña Isabel murió en 1498, durante el parto de su hijo. Al haber fallecido don Juan en el año 1497, Miguel se erigía como heredero de las tres Coronas peninsulares: Portugal, Aragón y Castilla. Pero Miguel murió en 1500. Tras la muerte de doña Isabel, la siguiente en la línea de sucesión era la princesa doña Juana, que estaba casada con don Felipe de Habsburgo, señor de los Países bajos y Archiduque de Austria. Don Felipe era hijo del emperador Maximiliano I y, por lo tanto, hermano de Margarita de Austria, la esposa del fallecido príncipe Juan.

Que doña Juana fuera proclamada sucesora de Isabel I fue una tarea ardua y compleja. Encontró una férrea oposición en una parte de la nobleza, que no la consideraban adecuada para ocupar tan alta dignidad. Aunque vivía en Flandes, ya llegaban a Castilla rumores sobre su inestabilidad emocional. Además, don Felipe, como jefe de la casa de Borgoña, era aliado de Francia, con quien la Corona de Aragón libraba interminables guerras en Italia. De hecho, don Felipe pactó con el rey francés Luis XII la entrega de Nápoles, que estaba bajo dominio aragonés. Afortunadamente, don Felipe carecía de la autoridad para conceder algo que no era suyo.
La reina Isabel I, que era muy astuta, nombró a doña Juana heredera de la Corona de Castilla, pero en su ausencia o si no se encontrara en condiciones aptas para gobernar, sería don Fernando quien regiría el reino en calidad de gobernador de Castilla, hasta que su nieto don Carlos, que nació en 1500, cumpliera los veinte años. El propósito de Isabel I no era otro que evitar que don Felipe, a quien llamaban el Hermoso, gobernase en Castilla. Había demostrado no ser digno de confianza y los aragoneses temían verle sentado en el trono castellano, aunque fuera como rey consorte.
Don Felipe no estaba de ningún modo dispuesto a abandonar su pretensión de reinar en Castilla y comenzó a mover hilos y a reunirse con nobles afines a los que no les agradaba la idea de ser gobernados por el rey de Aragón. La muerte de doña Isabel en 1504 precipitó los acontecimientos. Don Felipe amenazó al rey Fernando con la guerra si le impedía gobernar Castilla como consorte de la ya reina Juana I. Se cernía sobre el reino una nueva guerra, pero don Fernando no tenía ningún interés en luchar contra Castilla. Pactó con el rey de Francia y se casó con su sobrina, Germana de Foix. Don Fernando carecía de las simpatías de gran parte de la nobleza castellana y daba por perdida Castilla. Con el pacto con el rey francés, pretendía afianzar sus posesiones en Nápoles.

En 1506 don Felipe desembarcó en La Coruña con su ejército. A su encuentro acudieron numerosos nobles castellanos para rendirle pleitesía. En junio de ese mismo año, el rey Fernando y don Felipe firmaron la Concordia de Villafáfila, en la que se reconocía la incapacidad de doña Juana a gobernar debido a sus problemas mentales. Como esposo de la reina, don Felipe sería proclamado el rey de Castilla. Don Fernando marchó al reino de Aragón, donde embarcaría hacia Nápoles. El rey renunciaba de este modo a gobernar en Castilla.
Don Fernando se encontraba en Nápoles cuando fue informado de la muerte de don Felipe, acontecida en septiembre de ese mismo año. Su fallecimiento fue tan súbito, inesperado y oportuno, que se sospechó que había sido envenenado por orden de su suegro. Don Felipe estaba jugando a un juego de pelota cuando bebió agua fría y pocos días después, murió consumido por la fiebre, vomitando sangre y con el cuerpo manchado de erupciones. Se desconoce el verdadero motivo de su muerte, pero se sospecha que podría haber sido provocada por la peste que llevaba años extendiéndose por España. No obstante, su desaparición en el tablero político fue muy oportuna para don Fernando.
La muerte de don Felipe enloqueció definitivamente a doña Juana, incapacitándola para gobernar. Su hijo, el infante Carlos, tenía sólo seis años cuando falleció su padre y se encontraba en Flandes con su abuelo el emperador Maximiliano. La nobleza castellana se hallaba dividida, pero era consciente de que el reino se encontraba sin gobierno y aceptaron que, tal y como había dispuesto Isabel I en su testamento, regresara el rey Fernando de Nápoles para ocuparse del gobierno de Castilla, hasta que don Carlos estuviera en disposición de hacerlo.

Don Fernando regresó a Castilla con su ejército en 1507 y sofocó algunas revueltas provocadas por nobles descontentos que rechazaban su regencia. En cuanto a su matrimonio con Germana de Foix, el rey aragonés puso todo su empeño en tener descendencia. Cuando se casaron en 1505, él tenía 53 años y ella 17. No dejaba de beber extrañas pócimas y potentes afrodisiacos, pues debido a su edad, ya no le sobraban energías. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, solo tuvieron un hijo al que llamaron Juan, que murió a las pocas horas de nacer. Si este niño hubiera sobrevivido, la Historia de España habría sido bien distinta, pues se hubiera roto el vínculo dinástico que unía los reinos de Aragón y Castilla, siendo don Juan el rey de Aragón y don Carlos el de Castilla. Pero la muerte de este bebé benefició al infante Carlos, que parecía estar predestinado a reinar en toda España; primero murió su tío Juan, luego su primo Miguel y ahora moría quien le habría arrebatado la mitad de su reino.
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Cuando el rey Fernando regresó a Castilla de tierras italianas, aunque inhabilitada, su hija doña Juana era la reina de Castilla. Él ostentaría el cargo de gobernador, hasta que don Carlos cumpliera 20 años. Así lo había establecido la reina Isabel la Católica en su testamento. Pero don Fernando, el poderoso rey de Aragón, no se limitaría a ocupar un papel secundario en el gobierno de Castilla. Con el propósito de disfrutar del poder absoluto, confinó a su hija en Tordesillas en 1509.
Doña Juana estaba profundamente enamorada de Felipe el Hermoso y era tremendamente celosa. Los celos fueron quebrando su razón y la muerte de su amado terminó por desequilibrarla. De hecho, no quiso enterrar a su marido muerto. Y no sólo eso, sino que lo llevaba con ella allá donde fuera en un séquito de lo más macabro. Se cuenta que cuando llegaban a una ciudad, el cuerpo de don Felipe era custodiado en la parroquia y protegido por soldados, pues doña Juana temía que otras mujeres pudieran acostarse con él o arrebatárselo. Por lo tanto, prohibía que en el templo entrara ninguna mujer. El rey Fernando nunca pretendió que la incapacitasen. De este modo, pudo gobernar Castilla sin apenas oposición, hasta su muerte en enero 1516.
Cuando don Carlos desembarcó en Asturias en 1517, contaba con diecisiete años. En marzo de 1516 se autoproclamó rey de Castilla y Aragón en Bruselas. Aunque esta proclamación fue del todo discutible y de dudosa legalidad, significaba toda una declaración de intenciones, pues temía que su hermano pequeño, don Fernando, se le adelantara.
Don Fernando era el ojito derecho de su abuelo. Nació en Alcalá de Henares y fue criado en Castilla. En cambio, don Carlos nació en Gante y apenas hablaba castellano. El rey Fernando meditó seriamente cederle la Corona de Aragón, lo que hubiera desencadenado una guerra fratricida. No obstante, el rey recapacitó y nombró finalmente sucesor a su nieto don Carlos.

Los nobles castellanos y aragoneses le recibieron con las expectativas propias de quienes desean mantener o mejorar sus privilegios. Don Carlos era el heredero legítimo tanto de doña Isabel, como de don Fernando. Aunque su proclamación no fue cuestionada, no faltaron nobles que consideraban que su hermano don Fernando, al haber nacido y vivido en España, era más adecuado para el trono.
Desde el punto de vista legal era necesario encontrar un subterfugio que permitiera a don Carlos ser proclamado rey, sin menoscabar la autoridad de su madre, doña Juana, que, aunque permanecía encerrada en Tordesillas, era la vigente reina de Castilla, pues a su padre nunca le interesó inhabilitarla. Si Don Carlos era proclamado rey por las Cortes castellanas, infringiría la línea sucesoria, pues su madre, doña Juana, todavía vivía. Su nombramiento podría considerarse un golpe de Estado. Tendría que obrar con cautela y delicadeza o podría ofender a parte de la nobleza castellana. Finalmente, se acordó que tanto doña Juana como don Carlos eran reyes de Castilla. Muchos miembros del Consejo Real y de la alta nobleza se mostraron en contra. El cardenal Cisneros les conminó a que aceptasen la fórmula y al nuevo rey, o todo el reino corría el riesgo de verse abocado a una guerra civil. El Consejo Real aceptó, pero exigió que a doña Juana se le preservara la dignidad y el respeto que merecía como reina de Castilla. Don Carlos respetó todos los títulos de su madre. Los documentos reales se presentaron encabezados, primero por doña Juana y luego por él. Nada más llegar a España en 1517, lo primero que hizo fue visitarle en Tordesillas y solicitarle sus bendiciones. Doña Juana seguiría siendo la reina, aunque el poder y el título de rey lo ostentaría don Carlos.
Los notables castellanos esperaban impacientes, con entusiasmo y renovada ilusión, la llegada del nuevo rey. Pero fue arribar la flota de don Carlos a España, para que surgiera la desconfianza y una abierta hostilidad entre el rey y su séquito extranjero con la nobleza y la Iglesia castellana. Enfrentamientos que desembocaron en el estallido de la guerra de las Comunidades en Castilla y en las revueltas de las Germanías en Valencia y Mallorca.
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