La guerra de Sucesión Española (1701-1713)
En 1700 murió sin dejar descendencia Carlos II, hijo de Felipe IV. Carlos II ha pasado a la Historia con el sobrenombre de «el Hechizado» por los innumerables padecimientos que sufría. Los médicos de la época no encontraron mejor solución para combatir sus males que administrarle exorcismos y pócimas que, seguramente, no hicieron más que agravar su ya deplorable estado de salud. Le pasaba prácticamente de todo: no habló hasta los cuatro años, a los seis padeció de sarampión, rubeola, varicela y viruela, y no empezó a caminar hasta los ocho. Sufría problemas intestinales, hidrocefalia, crisis epilépticas, raquitismo y esterilidad, entre otros males. Con todos estos problemas, no era de extrañar que en la Corte consideraran que era víctima de un maleficio y, de ahí, la iniciativa de administrarle exorcismos.
Murió a los 38 años y el informe de la autopsia es demoledor e inquietante. Literalmente: «el cuerpo no tenía ni una gota de sangre, el corazón tenía el tamaño de un grano de pimienta, los pulmones estaban corroídos, los intestinos aparecieron gangrenados y putrefactos, tenía un solo testículo, negro como el carbón y la cabeza llena de agua». Es increíble que hubiera alcanzado los 38 años. Con tantos padecimientos, su vida fue todo un infierno colmado de dolores, brebajes repugnantes, visitas continuas de médicos y exorcistas…

Tener un testículo y encima negro no ayuda a tener descendencia y por tal motivo redactó un testamento en el que nombraba sucesor a José Fernando de Baviera, nieto de su hermana Margarita, que se había casado con el emperador de Austria, Leopoldo I. Fernando de Baviera fue el candidato que Luis XIV de Francia y Leopoldo I de Austria habían acordado para repartirse las posesiones de la Corona española. La decadencia del Imperio español era más que evidente, y las potencias extranjeras advirtieron una nueva oportunidad de arrebatarle gran parte de sus posesiones.
Pero en 1699, de forma repentina e inesperada, murió José Fernando. Contaba con sólo siete años. Que su fallecimiento fuera tan repentino, cuando se trataba de un niño sano, generó ciertos rumores que aseguraban que había sido envenenado. Pero ¿quién podría haber ordenado el asesinato del pequeño? En latín, hay una frase que afirma: «cui prodest scelus, is fecit», que significa que aquel a quien beneficia el crimen, es quien lo ha cometido. ¿Y a quién beneficiaba la muerte del joven heredero? Teniendo en cuenta que José Fernando pertenecía a la casa de Austria y que era nieto del emperador Leopoldo I, a quien más interesaba quitárselo de en medio era a Luis XIV, que estaba obsesionado por adueñarse de las posesiones españolas. Y para conseguir sus ambiciosos propósitos, que mejor estrategia que colocar a un Borbón en el trono español.
La muerte de José Fernando abrió de nuevo la carrera a la sucesión. Aparecieron entonces dos nuevos candidatos: el archiduque Carlos, perteneciente a la casa de Austria e hijo del emperador Leopoldo I, y Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV y de María Teresa de Austria, hija de Felipe IV. Ambos eran poderosos candidatos, pues podrían heredar sus respectivos reinos además de la Corona española.
Era una situación compleja, que no agradaba a otras potencias europeas como Inglaterra u Holanda. Felipe de Anjou podría ser rey de España y de Francia, y Carlos, rey de España y emperador de Austria. Fuera quién fuera el sucesor, ante él se erigía el Imperio más poderoso de la época. Inglaterra y Holanda presionaron para que el heredero elegido fuera el Archiduque Carlos, pues temían que Francia se hiciera con el control absoluto de España. Un Reino que había perdido la hegemonía europea, pero que aún conservaba amplios territorios en Europa y América.

Luis XIV cedió ante la presión de Inglaterra y Holanda y accedió a que el heredero a la Corona española fuera el candidato de la casa de Austria. Si Francia estaba de acuerdo, parecía que el problema sucesorio estaba resuelto. Pero nada más lejos de la realidad. Carlos II redactó un nuevo testamento, falleciendo pocas semanas después. Supuestamente, se desconocían las últimas voluntades del monarca y, por lo tanto, a quién había nombrado su sucesor. Y, ante la sorpresa de las potencias europeas, el heredero fue Felipe de Anjou.
Luis XIV dudó si su nieto debía aceptar el trono español, pues era consciente de que llevaría a la guerra a las potencias europeas. Pero finalmente accedió. Tal y como se temía, Inglaterra, Holanda y Austria conformaron la Gran Alianza, a la que después se uniría Saboya y Portugal. En 1702 declararon la guerra a Francia y España. Empezaba así la Guerra de Sucesión Española. El destino de España se hallaba en manos extranjeras.
Felipe de Anjou llegó a Madrid en febrero de 1701 con un grupo de consejeros de confianza de Luis XIV. Fue ungido por Portocarrero, arzobispo de Toledo, y proclamado rey en las Cortes castellanas el 8 de mayo. El recibimiento del pueblo de Madrid a su nuevo rey fue muy caluroso. Felipe V era joven, apuesto, vigoroso. Representaba el contrapunto al enfermizo y débil Carlos II. En 1702 se celebraron las Cortes catalanas. Las autoridades le juraron fidelidad y el rey accedió a respetar los fueros, las leyes y los privilegios particulares de Cataluña. Las relaciones entre la Monarquía borbónica y las Cortes catalanas eran del todo cordiales. Los comienzos del nuevo rey parecían muy halagüeños. De Cataluña, Felipe V marchó a Nápoles a jurar sus fueros y de allí, al Milanesado donde las tropas francesas estaban combatiendo contra las austriacas. En Italia consiguió dos grandes victorias. A causa de su arrojo y valentía, comenzaron a llamarle «el Animoso».
Durante los primeros meses, la guerra se desarrolló alejada de la península, pero en el verano de 1702, una flota angloholandesa intentó desembarcar en Cádiz, pero fue rechazada y cambiaron de rumbo. Navegaron entonces hacia Vigo, donde se hallaba la flota procedente de América cargada de oro y plata, pues estaban al corriente de que la armada enemiga se encontraba merodeando por el Estrecho. ¿Cómo sabían los ingleses que el oro y la plata se encontraban en Vigo? Es muy probable que don Juan Tomás Enríquez de Cabrera, almirante de Castilla, tuviera mucho que ver en esta cuestión.
Don Juan era un austracista convencido. Sospechosamente, huyó a Portugal poco después del desastre de Vigo. Se le acusó de haber estado enviando informes del estado de la flota y de la situación política en España a los enemigos de Felipe V. Fue considerado un traidor, de hecho, no tardó en arrojarse a los pies del Archiduque Carlos cuando éste desembarcó en Lisboa. Por lo tanto, sino fue un traidor, sí que fue un acérrimo enemigo de los Borbones. Con informes facilitados a los austracistas o no, en el interior de la bahía de Vigo se libró la batalla naval entre la flota angloholandesa y la hispanofrancesa, en la que finalmente salieron victoriosos los austracistas.
En cuanto al oro y la plata proveniente de América, según ciertas teorías, gran parte de la preciada mercancía ya había sido descargada y enviada a Madrid. Otras hipótesis aseguran que los tesoros permanecieron en los barcos y que fueron hundidos o bien por la flota angloholandesa, o bien por la hispanofrancesa, para que no cayeran en manos del enemigo. Incluso Julio Verne se hizo eco de esta historia y emplazó en la ría de Vigo el oro con el que se financiaba y mantenía el Nautilus, en su libro «20.000 leguas de viaje submarino».
La guerra llegó por tanto a la península y Felipe V reestructuró el ejército, que todavía estaba organizado en los antiguos tercios, por regimientos siguiendo el modelo francés. Había que movilizar a las tropas ante la inminente llegada de los austracistas a tierras españolas. Felipe V concedió a los generales franceses la mayoría de los mandos principales, lo que originó el entendible malestar entre los militares españoles. Generales franceses recomendados por su abuelo Luis XIV, pues la sombra del rey francés era muy larga.
En 1704 el Archiduque desembarcó en Lisboa. Alertado Felipe V de la llegada de su rival, reclutó un ejército para invadir al país vecino. Su ataque tuvo éxito y aunque las tropas hispanofrancesas no permanecieron en Portugal durante mucho tiempo, el Archiduque Carlos tuvo que retirarse, persuadido de que había errado su estrategia.
En agosto de 1704 una flota angloholandesa, comandada por George Rooke, tomó Gibraltar. Después, se dirigió a Ceuta, pero no consiguió conquistarla. Gibraltar había caído y aunque en 1705 se intentó recuperarla tanto por tierra, como por mar, no fue posible. Y así estamos desde entonces…
La guerra se complicaba para Felipe V, y aún más, cuando en 1705, los burgueses y nobles catalanes firmaron una alianza secreta con Inglaterra; el denominado «Pacto de Génova». Según este acuerdo, Cataluña apoyaría la causa del Archiduque Carlos, siempre y cuando éste respetara los fueros y privilegios catalanes. Como contrapartida, se comprometían a movilizar un ejército tan pronto la flota angloholandesa asomara por la costa.

Es importante recordar que don Felipe de Anjou era el legítimo rey de España, pues así lo había decidido Carlos II en su testamento. Su proclamación como rey fue ratificada por las distintas Cortes, como la castellana y la catalana. Las Cortes catalanas le juraron fidelidad en 1702, y sólo tres años después, en 1705, los catalanes firmaron el Pacto de Génova con los ingleses, traicionando al rey al que habían jurado fidelidad.
¿A qué se debió este cambio de parecer? George Rooke, antes de tomar Gibraltar, intentó conquistar Barcelona. El asalto fue rechazado, pero el virrey Fernández de Velasco advirtió cierta connivencia entre la burguesía y las autoridades catalanas, con los austracistas. Se generó un clima de desconfianza que originó el encarcelamiento de un gran número de personalidades catalanas a las que se acusó de colaborar con el Archiduque Carlos y, por lo tanto, de traición.
En Cataluña existía una persistente desconfianza ante lo francés, no hace falta más que recordar como procedieron los reyes franceses Luis XIII y Luis XIV durante la sublevación catalana de mediados del siglo XVII. Luis XIV era un rey absolutista y temían que su nieto Felipe V actuara de igual modo, suprimiendo los fueros y privilegios catalanes. Consideraban que don Carlos sería más proclive a sus intereses tanto políticos, como económicos. Así pues, don Carlos fue proclamado rey en noviembre de 1705. Por lo tanto, en España reinaban dos monarcas; Felipe V y el Archiduque, que fue proclamado rey como Carlos III.
Cataluña no fue la única región española que abrazó la causa austracista. En Valencia, Denia fue la primera ciudad que se proclamó abiertamente seguidora del Archiduque y, poco después, le siguieron más ciudades. En Aragón se desencadenó un enorme caos, pues mientras unos pueblos eran fieles al rey Felipe V, otros abrazaron la causa del Archiduque. Los hubo también que cambiaron de bando en varias ocasiones durante la guerra, siguiendo su propio criterio e interés.
Informado de la defección de las autoridades catalanas, Felipe V envió a Cataluña a sus ejércitos de Aragón y Portugal. Sitió Barcelona por tierra y por mar con el apoyo de la flota francesa. Ante el colosal despliegue militar, la ciudad no tardaría en caer en manos del Borbón, pero la llegada de una armada angloholandesa y la derrota sufrida en la batalla de Alcántara en el frente portugués, le obligaron a retirarse. Felipe V regresó a Madrid siguiendo la frontera francesa y Navarra, en lugar de atravesar Aragón, una ruta mucho más rápida, pues no confiaba en la fidelidad de los aragoneses.
La guerra se complicaba tanto para Felipe V, que llegó a Madrid justo a tiempo de hacer las maletas y huir a Guadalajara, pues un poderoso ejército austracista avanzaba raudo hacia la capital. Mientras tanto, en Valencia continuaban las deserciones y la ciudad de Orihuela cambió de bando, tendiendo la mano a la causa austracista.
La guerra pintaba mal para el rey Borbón, pero aún contaba con el inestimable apoyo de Castilla. Gracias a los nobles castellanos, logró armar un ejército con el que hizo frente al Archiduque que, sorprendido ante la llegada de esta inesperada tropa, huyó a Valencia. En noviembre de 1706, Felipe V regresó triunfante a Madrid.
En 1707 el Borbón consiguió una importante victoria en Almansa y con ella, se aseguró el dominio de Murcia y Valencia. Además, las tropas francesas lograron conquistar Lérida. Los austracistas sólo controlaban ya Barcelona y Tarragona. La guerra volvía a ponerse claramente de lado de Felipe V. Pero por poco tiempo. En 1710 una ofensiva aliada procedente de Cataluña marchó hacia Aragón. Felipe V fracasó en su intento de detenerlos y los austracistas tomaron Zaragoza. El Archiduque se dirigió entonces a Madrid y el Borbón, sin capacidad para hacerle frente, abandonó la ciudad.
Cuando don Carlos llegó a la capital del Reino, se encontró con una ciudad completamente hostil y adversa, que se declaraba rotundamente borbónica. Carente del favor de la Corte madrileña y temiendo quedar cercado por las tropas felipistas, no tuvo otra opción que abandonar Madrid poco después.
Las tropas borbónicas, principalmente francesas, iniciaron una terrible ofensiva desde el sur de Francia y consiguieron recuperar Aragón y Gerona. La guerra volvía a inclinarse a favor de Felipe V. Pero en abril de 1711 ocurrió un suceso que cambió el devenir de los acontecimientos y precipitó el fin de las hostilidades. Ese año murió el emperador José I, hermano del Archiduque, sin dejar descendencia masculina, pues su único hijo, Leopoldo José, murió cuando tenía sólo un año de vida. Por lo tanto, don Carlos se erigía como su legítimo sucesor. Esta situación supuso un cambio radical en la postura de Inglaterra y Holanda hacia la guerra, pues no les entusiasmaba la posibilidad de que don Carlos pudiera ocupar los dos tronos: el austríaco y el español. Inglaterra retiró su apoyo al Archiduque. En Londres se reunieron dirigentes franceses e ingleses, para iniciar unas negociaciones que desembocarían en el Tratado de Utrecht de 1713. La firma de este Tratado supuso un auténtico desastre para España. Felipe V fue reconocido rey, pero el precio que tuvo que pagar la Corona española fue desmesurado. España perdió las posesiones europeas de Milán, Nápoles, Cerdeña y los Países Bajos españoles, en favor de Austria. Por su parte, Inglaterra retuvo Menorca y Gibraltar. Las potencias europeas decidieron quién debía sentarse en el Trono español, repartiéndose las posesiones españolas en Europa. Fue una guerra en la que todas las naciones implicadas salieron beneficiadas. Todas, menos una, España.
Sin embargo, el nuevo emperador Carlos VI no aceptó el acuerdo de paz y la guerra continuó en aquellos territorios donde aún permanecían las tropas austracistas. Carlos VI se negó a renunciar a un trono que tuvo en la misma palma de su mano. De hecho, llegó a ser proclamado rey de España como Carlos III. Pero sin el apoyo inglés, no le quedó más opción que abandonar, en junio de 1713, su último reducto en tierras españolas, Cataluña.
Primero se macharon los ingleses, luego los holandeses acompañados por los portugueses y, por último, los austriacos. Los catalanes se quedaron solos y Barcelona permanecía sitiada por las tropas borbónicas. Se convocó la Junta General, en la que estaban representados todos los estamentos y autoridades catalanas, para decidir qué medidas tomar tras la marcha del Archiduque.

Ante la abrumadora superioridad del ejército borbónico, la decisión más lógica debería haber sido rendirse de la manera más honrosa y digna posible, pero las autoridades decidieron continuar la guerra y resistir el asedio. Fue una auténtica insensatez. Se calcula que unos 40.000 soldados borbónicos sitiaban una Barcelona protegida por sólo 6.000.
Felipe V les envió una carta ofreciéndoles el perdón si abrían las puertas de la ciudad y se rendían. En caso contrario, entregaría Barcelona al saqueo. Las autoridades rechazaron el ofrecimiento con cierta soberbia, respondiendo que: «los borbones podían atacar Barcelona cuando quisieran, que ya estaban ellos para defenderla, pues jamás un pueblo acostumbrado a luchar por la libertad sería intimidado por las amenazas».
En julio de 1714 tomó el mando del ejército hispanofrancés el duque de Berwick, un francés hijo ilegítimo del futuro rey de Inglaterra, Jacobo II. La ofensiva se intensificó. La Junta General volvió a reunirse y trasladó al duque de Berwick una serie de condiciones para rendir la ciudad, entre ellas, que Felipe V respetara los fueros. El duque les respondió que nada de condiciones, o la ciudad capitulaba o la entregaba al saqueo. La Junta General decidió no rendir la ciudad y continuar el enfrentamiento contra los borbones.
El 11 de septiembre de 1714 las tropas de Berwick entraron en Barcelona. La batalla se libró en las plazas, en las calles, en las viviendas. Hombres, mujeres, incluso niños lucharon denodadamente contra los borbones. Toda la población ofreció una feroz resistencia, pero finalmente la ciudad se rindió, siendo ocupada totalmente el 13 de septiembre. La toma de Barcelona supuso el definitivo fin a la Guerra de Sucesión.
***
Una vez concluida la contienda, el rey Felipe V publicó los llamados Decretos de Nueva Planta. El rey consideraba que los catalanes y los valencianos eran unos traidores, pues se habían levantado en armas contra su autoridad y gobierno. La aplicación de los Decretos de Nueva Planta supuso el fin de los fueros y privilegios de los que disfrutaban estas regiones.
Los catalanes le juraron fidelidad en las Cortes convocadas en 1702, y, como contrapartida, Felipe V fue receptivo a sus peticiones. Pero durante la guerra, los catalanes llegaron a acuerdos secretos con los ingleses, los enemigos del rey, su rey, al que habían jurado fidelidad. La deslealtad de las autoridades catalanas fue manifiesta. En cambio, las Cortes valencianas nunca llegaron a jurar fidelidad a Felipe V. No obstante, aunque no le hubieran jurado fidelidad, se habían levantado en armas contra él. Felipe V se amparó en el derecho de conquista y de triunfo sobre los territorios sublevados y, por tal motivo, derogó sus fueros y leyes. En todas las guerras, de algún modo debes beneficiar a tus aliados y castigar a tus enemigos.
Los Decretos de Nueva Planta favorecían las políticas centralizadoras. Felipe V era nieto de Luis XIV, que recordemos se le atribuye la famosa frase: «el Estado soy yo». La rebelión de las regiones aragonesas sirvió de pretexto para abolir sus fueros. Castilla prácticamente carecía de fueros y leyes propias. Las Cortes gozaban de un papel muy limitado, pues la influencia de la Monarquía era prácticamente absoluta.
Se podría concluir que Castilla apoyó a Felipe V y algunas regiones del reino de Aragón, como Cataluña y Valencia fueron partidarias del Archiduque Carlos. Pero la cuestión es mucho más compleja, pues no toda Castilla fue borbónica desde el primer momento, ni todo Aragón, Valencia o Cataluña fue austracista. Incluso algunas ciudades cambiaron de bando en varias ocasiones según transcurría la contienda.
En 1640 los catalanes se sublevaron contra Felipe IV porque lo consideraban un absolutista, y se arrojaron a los pies de Luis XIII y posteriormente de Luis XIV, dos reyes franceses. Felipe V, el nieto de Luis XIV, fue proclamado rey y los catalanes le juraron fidelidad. El rey fue receptivo a sus peticiones y requerimientos, respetando sus fueros y privilegios. Esos mismos catalanes que proclamaron conde de Barcelona a un rey francés, años después, se sublevaron contra otro rey francés. Una auténtica paradoja, pero que tiene su explicación.
Los catalanes se rebelaron contra Felipe IV y buscaron el apoyo de los reyes franceses, pero ¿qué encontraron? Aquello por lo que se habían sublevado: más intervencionismo. Los reyes franceses enviaron a Cataluña soldados y gobernadores franceses. Cataluña no fue para ellos más que un mercado en el que vender sus productos. Los reyes franceses limitaron sus leyes y fueros, y cuando las autoridades catalanas protestaron por el trato recibido fueron completamente ignoradas.
Su experiencia con Luis XIII y posteriormente con Luis XIV no fue la esperada. ¿Por qué con Felipe V iba a ser distinto? El Archiduque Carlos encarnaba la promesa de una total autonomía política y económica, mientras que el Borbón representaba el absolutismo y centralismo, que caracterizó al gobierno de su abuelo. Por otro lado, las autoridades catalanas consideraban que una economía liberal y descentralizadora convertiría a Cataluña en un gran imperio comercial al estilo de Holanda o Inglaterra. Políticas económicas muy distintas y enfrentadas a los regímenes proteccionistas que caracterizaron al reformismo ilustrado.
Felipe V tildó a los catalanes de traidores, pues al igual que sucedió en 1640, pactaron en plena guerra con el enemigo del rey de España. Y sufrieron las consecuencias. Además de la muerte, hambre y miseria que provocan todas las guerras, se les aplicó el Decreto de Nueva Planta. Según esta disposición, aquellas regiones que lucharon a favor de las aspiraciones del Archiduque Carlos fueron acusadas de traición y, como castigo, todos sus fueros, leyes y privilegios fueron suprimidos. Justo lo que más temían las autoridades catalanas.
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