EL ORO DE MOSCÚ
Actualizado: 31 mar 2022
En el contexto de la Guerra Civil, ante la constante ayuda que recibían las tropas nacionales de italianos y alemanes, Stalin decidió intervenir en auxilio de la amenazada República. En octubre de 1936, llegaron a Cartagena los primeros mercantes soviéticos cargados de armas y munición. Pero esta ayuda no fue gratuita. Ni mucho menos. Los soviéticos se negaron a financiar a la República y a venderles suministros militares a crédito. Para hacer frente al pago de este armamento, Largo Caballero firmó un decreto el 13 de septiembre por el cual, el oro del Banco de España quedaría bajo la custodia de la Hacienda Estatal, es decir, el gobierno republicano expropió un oro que no era suyo, sino propiedad de todos los españoles. Este oro sería transportado al polvorín de Algameca en la base naval de Cartagena, donde el gobierno consideró que estaría más seguro ante el imparable avance de Franco hacia Madrid. Pero el oro no permaneció mucho tiempo en Cartagena. Arthur Stashevsky, agregado comercial de la URSS, persuadió a Juan Negrín, ministro de Hacienda de la República, para que enviara el oro a Moscú, a cambio de recibir la ayuda militar que necesitaran durante toda la contienda. Largo Caballero, jefe de Gobierno, aceptó la propuesta y el oro, unas 510 toneladas, fue enviado a la Unión Soviética. Los motivos de este traslado fueron principalmente dos: el primero era evitar que el oro cayera en manos de los sublevados, lo que les permitiría financiar el armamento comprado a Alemania y a Italia y, el segundo, como hemos comentado, era hacer frente al pago del material bélico proporcionado por la URSS. Pero por desgracia para el bando republicano, este oro sólo sufragó la «ayuda» soviética durante unos meses. Los recursos económicos de la República se agotaron sospechosamente pronto. En marzo de 1938, el gobierno republicano tuvo que pedir un crédito a la URSS de 70 millones de dólares, al que en diciembre siguió otro de 85. No cabe duda de que la ayuda soviética le salió muy cara al bando republicano.

El 25 de octubre de 1936, el oro fue cargado en cuatro mercantes rusos. Aunque un funcionario del Banco de España viajó en cada uno de ellos, el transporte fue realmente gestionado y coordinado por espías soviéticos del NKVD, la antigua KGB. El oficial soviético encargado de supervisar el buen desarrollo del embarque fue Alexander Orlov, que llegó a España como enlace del NKVD con el Ministerio del Interior de la República. Realmente, la principal misión de Orlov fue la de depurar a los trotskistas del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), facción de extrema izquierda rival del estalinista y prosoviético PCE. De hecho, se sospecha que Orlov estuvo implicado en el secuestro y posterior asesinato del líder del POUM, Andreu Nin.

Una vez que el oro llegó a Moscú fue trasladado al Depósito de Metales Preciosos de la Unión Soviética. Stalin llegó a afirmar «los españoles no verán más el oro, del mismo modo que nadie puede ver sus propias orejas». Analicemos porqué fue tan calamitoso este negocio para la República. Una vez que el oro estuvo en poder de los soviéticos, éstos comenzaron a reclamar al gobierno republicano los pagos debidos hasta ese momento, incluyendo el coste de su envío de Cartagena a Moscú. Los soviéticos enviaron a los responsables republicanos las correspondientes facturas por la fundición de las monedas, su refinamiento, los costes administrativos, su custodia, etc. Los «amigos y fieles aliados» de la República decidieron unilateralmente el precio oportuno de cada concepto y el gobierno republicano lo aceptó sin derecho a réplica. Por otra parte, las armas que vendieron los soviéticos a los republicanos tenían un precio muy superior al de mercado. En ocasiones, se trataba de armamento de segunda mano, obsoleto, defectuoso o de baja calidad. La República no sólo tuvo que pasar por caja para hacer frente a la compra de suministros bélicos, sino que también tuvo que sufragar el traslado de los 10.000 soldados rusos enviados a España desde la URSS, así como su sueldo, uniformidad, armamento… incluso se facturaba su funeral y la pensión de viudedad en el caso de fallecimiento. Otra partida a facturar fue el adiestramiento de los oficiales y soldados republicanos por parte de instructores soviéticos. Entre ellos, los pilotos de combate del célebre Polikárpov I-16 apodado el «Mosca», o el biplano Polikárpov I-15 más conocido como el «Chato». Con tanto sobrecoste, no es de extrañar que en marzo de 1938 los soviéticos informaran al gobierno republicano que se había acabado el dinero.

En 1936, las reservas de oro custodiadas en el Banco de España ascendían a 703 toneladas, a las que habría que añadir las remesas que se encontraban en otros bancos o depósitos repartidos por toda la nación. En aquel momento, España era el cuarto país del mundo con más reservas de oro, sólo superado por Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña. España incrementó considerablemente sus reservas de oro en los inicios del siglo XX, debido al comercio de metales, suministros, alimentos, etc. con las naciones que participaron en la Primera Guerra Mundial, en la que España permaneció neutral, por lo que pudo beneficiarse de los acuerdos comerciales firmados con las naciones que lucharon en uno u otro bando. Actualmente, España tiene 283 toneladas de oro y ocupa el puesto decimonoveno.
En resumen, la República financió la guerra con el oro del Banco de España, entregando 510 toneladas a la Unión Soviética y 193 a Francia. En total, salieron del país 703 toneladas de oro. La venta de este oro supuso para el gobierno republicano un ingreso estimado en unos 717 millones de dólares de la época. A pesar de tratarse de un gobierno legítimo, el resto de las naciones, incluida su más «fiel amiga», la Unión Soviética, se negaron a financiarles a crédito. La ayuda recibida por la República fue realmente una transacción comercial que benefició al vendedor y acabó arruinando al comprador y, de paso, vaciando las reservas de oro del Banco de España.
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