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CARTAGO Y ROMA: GUERRA TOTAL POR HISPANIA (237 a.C.)

Actualizado: 1 ago 2022



Uno de los acontecimientos más relevantes de nuestra historia antigua y que determinará, sin lugar a duda, nuestra cultura e idioma, fue el desembarco de los cartagineses en Hispania y el enfrentamiento que mantuvieron con los romanos por el dominio de tan codiciado territorio. En el año 237 a.C., desembarcó en Gadir (Cádiz), Amílcar Barca, padre del célebre Aníbal, con el propósito de adueñarse de las cuencas mineras de Iberia. Mediante el uso de la fuerza y la firma de alianzas y acuerdos con las tribus turdetanas consiguió controlar el territorio y hacerse con las preciadas minas. Como oposición, sólo encontró a un par de reyezuelos llamados Istolacio e Indortes, a los que logró derrotar con el apoyo de mercenarios celtíberos. Istolacio murió durante un enfrentamiento contra los cartagineses. Como era costumbre en las tribus ibéricas, sus tropas se incorporaron a las huestes de Amílcar. No corrió mejor suerte Indortes. Su ejército fue derrotado y aunque consiguió huir, finalmente fue capturado, siendo objeto del castigo que los cartagineses infligían a los desertores: le torturaron, le arrancaron los ojos y posteriormente le crucificaron. Las tropas de Indortes también pasaron a formar parte del ejército de Amílcar.


El cartaginés prosiguió con su expansión por Iberia conquistando pueblos, acordando alianzas y, sobre todo, explotando los ricos yacimientos minerales del sur de la Península. En el año 228 a.C. murió en un combate contra los oretanos. A Amílcar le sucedió su yerno Asdrúbal, pero sólo pudo encargarse de ampliar las conquistas cartaginesas siete años, pues en el 221 a.C. fue asesinado por el esclavo de un rey celta llamado Tagus, al que Asdrúbal había crucificado. Entonces entró en escena el hijo de Amílcar: Aníbal. Después de ser proclamado jefe supremo de los ejércitos de Hispania por el Senado de Cartago, lideró una serie de campañas encaminadas a extender el dominio de Cartago en la Península, pero se encontró con un obstáculo: Sagunto. Se trataba de una poderosa ciudad, bien fortificada y, lo más importante, aliada de Roma. Aníbal acusó a las autoridades de Sagunto de hostigar a las aldeas vecinas, aliadas de Cartago y de dar muerte a los saguntinos partidarios de una alianza con los cartagineses. Lo cierto es que Sagunto era una ciudad rica y próspera. Con su conquista, Aníbal pretendía obtener un cuantioso botín con el que pagar a sus mercenarios númidas, íberos y celtíberos, así como afianzar su poder en la Península. Además, con la caída de Sagunto enviaría un mensaje inequívoco y contundente a sus enemigos políticos de Cartago.

Sin más dilación, Aníbal emprendió el sitio de Sagunto. La ciudad se defendió con inusitada ferocidad. Incluso Aníbal resultó herido. Pero después de ocho meses de duro asedio, Sagunto cayó y fue totalmente destruida. Los romanos, aliados de Sagunto, se confiaron. No estimaron posible que un joven e inexperto general fuera capaz de desafiarlos. Además, los ilirios se habían revelado y los romanos priorizaron sofocar esta sublevación, ignorando las insistentes peticiones de auxilio de sus aliados. Así pues, abandonaron la ciudad a su suerte. Muchos de sus habitantes, desesperados y temiendo el futuro que les aguardaba, decidieron suicidarse antes que caer en manos de los cartagineses.

Una honda preocupación hizo mella en el ánimo de los senadores, cuando la inesperada noticia de la conquista de Sagunto llegó a Roma. Era inconcebible que los cartagineses hubieran atacado a una ciudad aliada. Su destrucción suponía un desafío, una amenaza para Roma. Después de largas deliberaciones, decidieron enviar una embajada al Senado cartaginés para exigir las correspondientes explicaciones y ofrecerles dos opciones; la paz o la guerra. Si los sufetes o cónsules cartagineses deseaban la paz, tendrían que entregarles la cabeza de Aníbal. Los sufetes, recordando viejas ofensas, sugirieron a los embajadores que eligieran ellos. La delegación romana no tuvo más opción que responderles que si Cartago deseaba la guerra, pues tendrían guerra. Así fue como dio comienzo la Segunda Guerra Púnica.

Aníbal se hallaba eufórico y satisfecho cuando destruyó Sagunto. Se encontraba en la cima de su poder. Pero esa sensación de júbilo no era comparable a lo que sintió cuando fue informado de la inminente guerra contra los romanos, a los que, con sólo nueve años, había jurado odio eterno en el templo de Baal-Haman. Confiando en su extraordinaria habilidad militar, se propuso atacar la ciudad de Roma. Y allí se dirigió con sus huestes. Fue entonces cuando Roma invadió la Península. Necesitaban cortar los suministros que recibía Aníbal de Cartago y de Hispania. Roma envió a los hermanos Cneo y Publio Cornelio Escipión para combatir al cartaginés. Las dos grandes potencias de la época dirimieron sus diferencias en tierras hispanas y naturalmente, ambos buscaron aliados entre las distintas tribus que aquí habitaban. Roma contrató mercenarios celtíberos y estableció alianzas con reyezuelos de tribus íberas como Edeco, régulo de los edetanos, también lucharon bajo el bando romano los ausetanos. Muchas fueron las tribus y pueblos ibéricos que advirtieron en los romanos a los salvadores, que les liberarían de los abusos y de la opresión cartaginesa.

Cartago contaba con sus aliados íberos, turdetanos y turbolitanos, además de varias tribus de oretanos y bastetanos. Unas tribus lucharon con la certeza de que lograrían alcanzar la libertad, otras lo hicieron por obligación o miedo, y otras, como los mercenarios celtíberos, por dinero. Las tribus ibéricas combatieron entre ellas para resolver quién les sometería en el futuro, una vez que las grandes potencias hubieran resuelto sus diferencias en el campo de batalla.




Tanto Cneo como Publio Cornelio Escipión murieron a manos de los soldados cartagineses. Ante este desastre, Roma envió a Hispania un poderoso ejército al mando de Publio Cornelio Escipión, hijo de Publio y sobrino de Cneo. La guerra contra Cartago fue para Escipión tanto un asunto de Estado, como una cuestión personal. Deseaba vengar la muerte de su padre y de su tío, y restaurar el honor de la familia. El ejército de Escipión era muy inferior en número al de sus enemigos cartagineses, por lo tanto, no podía permitirse una larga guerra de desgaste. Su estrategia debía ser ofensiva, basada en ataques rápidos, inesperados y contundentes. Y que estrategia podría ser más audaz, sorprendente y enérgica que atacar la formidable Qart Hadasht (Cartagena), ciudad fundada en el 227 a.C. por Asdrúbal, para convertirse en la capital de los cartagineses en Hispania.

En el año 209 a.C., Escipión se presentó al frente de 25.000 legionarios ante las murallas de Qart Hadasht. La población y los apenas mil soldados que la defendían le contemplaban aterrados, atónitos ante la inesperada llegada de tan formidable ejército. Escipión, persuadido de su superioridad numérica, no demoró el ataque y envió a sus tropas al asalto de las murallas. Los soldados cartagineses apenas pudieron aguantar la primera envestida y Magón, el comandante al mando de las tropas, decidió armar a la población. Ancianos, mujeres y niños se enfrentaron desde las murallas a las constantes embestidas de los legionarios, pero su esfuerzo resultó inútil. Al anochecer, Magón rindió la ciudad, que fue entregada al saqueo. El botín obtenido por Escipión fue cuantioso. Liberó a cientos de rehenes ibéricos, que fueron devueltos a sus familias, asegurándose así fructíferas alianzas con las tribus locales, que le serían de gran ayuda en la guerra contra los cartagineses. El golpe psicológico fue considerable. En apenas unos días, Escipión había conquistado el centro político y económico de Cartago en Hispania. No tardó la noticia en recorrer toda la Península. Edeco, régulo de los edetanos, así como Indíbil y Mandonio, reyezuelos de los ilergetas, cambiaron de bando. El prestigio de Cartago estaba siendo dramáticamente amenazado.

La prudencia dictaba que Escipión debería consolidar los territorios recién conquistados, antes de embarcarse en nuevas aventuras, pero el procónsul continuó con su avance y se dirigió a la cuenca minera del Guadalquivir, donde se encontraba Asdrúbal Barca. Comandaba un contingente de tropas de refuerzo que se dirigía a Italia en apoyo de su hermano Aníbal. La batalla se libró en Baecula (Bailén) y Escipión logró una importante victoria. Asdrúbal, consciente de que estaba siendo superado por el procónsul, evitó el desastre al abandonar la lucha. Prosiguió entonces su camino, persuadido de que Aníbal necesitaba de sus tropas hispanas para continuar con la guerra en Italia.

Esta nueva derrota cartaginesa aumentó la reputación de Escipión entre las tribus ibéricas. Muchas ellas, oprimidas y esclavizadas por Cartago, decidieron unirse a Roma en su lucha.

En el año 206 a.C. Escipión volvió a vencer a los cartagineses en Ilipa, en las proximidades de Alcalá del Río. El procónsul fundó en el campo de batalla la ciudad de Itálica, para dar cobijo a los veteranos y heridos que desearan permanecer en Hispania.

Como hemos visto, en Gades desembarcó Amílcar Barca en el 237 a.C., dando comienzo a la ocupación cartaginesa de la Península, y Gades fue, precisamente, el último bastión cartaginés en Hispania. Allí se refugió Magón Barca, el hermano de Aníbal, tras la derrota de Ilipa. Desesperado, Magón saqueó la ciudad. Con el dinero robado contrató un ejército de mercenarios para reconquistar Qart Hadasht. Pero su plan fracasó y después de ser derrotado por las tropas romanas, regresó a Gades. Pero Magón se encontró las puertas de la ciudad cerradas, pues la población no olvidaba los abusos y robos cometidos por los púnicos y le habían impedido el paso. Temiendo ser atacado por las legiones de Escipión, Magón tomó la determinación de huir a Italia, para reforzar con sus huestes el ejército de su hermano Aníbal. Gades, al igual que hicieron otras muchas ciudades ibéricas, buscó la protección que ofrecían las legiones romanas. Los púnicos abandonaron la Península Ibérica en el año 206 a.C. y los romanos ocuparon su lugar.


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